Las contradicciones de la época romántica se agudizan en la segunda mitad del siglo XIX, que coincide con la época postromántica. Por lo que respecta a la teorización de la música, su predominio sobre las otras artes, afirmandose en el romantisismo, se transforma en una especie de eqiparación; en base a las ideas de Baudelaire, de Berlioz o de Lizt, el lenguaje de la música tiene los mismos poderes descriptivos y evocativos del lenguaje de las otras artes. La música reproduce, escribe y evoca, como las artes figurativas y la poesía; de este principio nace, por ejemplo, el poema sinfónico, propugnado por Liszt y ejecutado por la mayor parte de los compositores del siglo XIX, incluso el joven Richard Strauss. Por lo que respecta a la condición social de la música y de los compositores, se acentúa por un lado la organiazación burguesa en las instituciones concertistas y en los teatros subvencionados por el estado y los compositores se insertan en la burocracia de las instituciones académicas y concertistas; por otro lado, se agudiza el experimentalismo en el lenguaje musical que, con Wagner, acaba por burrocratizarse con la institución de un auténtico santuario teatral en Bayreuth.